Presencia constante, incondicional y sensible de una figura de apego (educador, padre, madre, tutor, etc.) que proporciona al individuo (especialmente niños y adolescentes, pero aplicable a cualquier edad) una protección emocional y un punto de apoyo desde el cual puede explorar el mundo, afrontar desafíos y regresar para encontrar consuelo y regulación emocional. Esta base no solo ofrece protección física, sino, y fundamentalmente, un espacio de aceptación incondicional, validación emocional y disponibilidad afectiva que fomenta el desarrollo de la confianza, la autonomía y la resiliencia.